viernes, 1 de febrero de 2008

LA MODERNIDAD LATINOAMERICANA

Uno de los síntomas de la modernidad latinoamericana son sus profundas contradicciones y ello sirve de fundamento para la presente reflexión, sin embargo, resulta procedente, antes que todo, hacer un análisis de lo que se entiende por el concepto modernidad y marcar un inicio del momento en que se inicia este proceso.
Ahora, el tema de fondo del presente escrito es analizar que ha ocurrido con el proyecto de la modernidad en nuestra Latinoamérica, para ello, la pregunta central que se intenta responder es, que es lo que se ha dado en nuestro continente ¿modernidad o modernización. En el anterior sentido, cuando nos referimos al concepto modernidad estamos señalando un paradigma dominante, referido a un estilo de vida y una posición filosófica hacia los procesos económicos, sociales y políticos.
Una de las principales características de la modernidad es el énfasis en la utilización de la razón para la construcción del orden social. Obsoleto el fundamento divino como base de la estabilidad social, el desafío de la modernidad era descansar en un pensamiento que sirviera para dar la génesis a un emergente orden en desmedro al viejo.
Es importante destacar que no solo en el contexto latinoamericano, sino que en el mundial, la modernidad nos presenta rasgos contradictorios. Puede presentar una admiración sin límites por las sendas que se abren con el uso de las nuevas tecnologías, pero también la imposibilidad de controlar la utilización de tales recursos, a modo de ejemplo tenemos la muerte de los bosques, ello sucede hace muchos siglos (tala masiva), pero en la actualidad esto es un suceso global, el cual trae repercusiones sociales y políticas absolutamente diferentes.
Otras de las características del proceso de la modernidad, es que es un proyecto universalizante y homogeneizante que intenta producir y reproducir una generalidad en torno a los modelos imperantes .
En palabras de Marshall Berman “la modernidad une a toda la humanidad. No obstante, esta unión es paradójica, es una unión de la desunión: nos arroja a un remolino de desintegración y renovación perpetuas, de conflicto y contradicción, de ambigüedad y angustia. Ser modernos es ser parte de un universo en el que como dijo Marx, 'todo lo sólido se desvanece en el aire'”.
Resulta difícil explicar la ambigüedad que ha provocado el proyecto de la modernidad, ya que a pesar del enorme progreso científico y tecnológico, nos invade un sentimiento de angustia, ¿por qué numerosos científicos y pensadores en el mundo tienen una sombra de duda y miran con desconfianza el futuro?, quizás las guerras, catástrofes humanas, genocidios, hacen que lo positivo de la modernidad desaparezca.
En este camino, en los países latinoamericanos se refleja una crisis en los últimos años, en lo económico, político y cultural, diseñándose una compleja problemática social, tales como la hambruna, caída del socialismo real, globalización, entre otros, por ello la “racionalización”, la exclusión que avala la modernización, debe ser objeto de una nueva visión.
A menudo los conceptos de modernidad y modernización han sido utilizados como sinónimos, pero no cabe duda, que son dos cosas diferentes, la complicación estriba en que a la modernidad se le ha confundido con la modalidad capitalista de la modernización , el consumir aparatos de alta tecnología no nos hace modernos, además, de que este tipo de modernización se sustenta en una lógica clasista que excluye a numerosas personas que forman parte de la sociedad.
Según Jesús Martín Barbero “Los discursos se interpelan y entrecruzan pero en sentidos diversos. Mientras en Europa y Estados Unidos los intelectuales y científicos sociales hablan de modernidad, en América Latina los empresarios y políticos hablan de modernización”.
Otra característica de la modernización, es que asume la “racionalidad” como una categoría fundamental y aquí ya podemos elaborar la diferencia sustancial entre modernidad y modernización; la modernización posee connotaciones ideológicas y valorativas coligadas al progreso, se recurre a la racionalidad técnica a fin de alcanzar el progreso, se deja a un lado lo filosófico del hombre, su historicidad, se produce una ruptura con el pasado. La modernidad en cambio, pretende el desarrollo de las instituciones sociales, crear oportunidades para que los seres humanos tengan una existencia segura, pero, también se presenta como un sistema de control, integración y represión, por ello, es de que se habla de una modernidad inacabada.
Los países latinoamericanos han sufrido la instrumentalización de la modernización que al oponer su racionalidad con su historicidad, legitima la avidez del capital y la generación de una economía irrazonable, cuyo único objetivo era incorporarse al desarrollo por medio de una lógica instrumental.
Néstor García Canclini , nos señala que “la hipótesis más reiterada en la literatura sobre la modernidad latinoamericana puede resumirse así; hemos tenido un modernismo exuberante con una modernización deficiente”.
De hecho el proceso de modernidad en nuestro continente es desequilibrado, con un crecimiento desigual. En el año 1920, más de la mitad de la población era iletrada, lo que se ve subrayado en las instancias superiores del sistema educativo. Modernización en un marco tradicional, democratización para minorías, en donde las élites mantuvieron costumbres, políticas y economías híbridas, estos desajustes entre modernismo y modernización son útiles a estas clases dominantes a fin de mantener la hegemonía, quizás, sin tener ni la preocupación de justificarla.
En Chile, por ejemplo, hacia el año 1891, el proceso de modernización denotaba la génesis del desenfreno irracional, cuando liberales de viejo y nuevo cuño se enfrentaban en el nombre de la modernidad para devastarse mutuamente. El discurso de las élites dominantes se fracciona entre lo político, lo económico y lo burocrático.
El discurso civilizador ilustrado de la fracción liberal de la élite y la necesidad de insertarse en el capitalismo mundial, disentían con una oligarquía terrateniente basada en las haciendas rurales y el inquilinaje. Se insertan nuevos modelos de producción, consumo, sociabilidad y cambios de fisonomía y ritmo en la vida urbana. Habría cambios en la naturaleza social, una emergente clase media iniciaba su intervención en la política.
Culturalmente la oligarquía generó patrones extranjerizantes de vida, el ocio, los placeres terrenales, se impusieron el modelo hedonista se reflejó en el afrancesamiento de los palacios de la élite.
Estos son los síntomas del carácter híbrido del proceso y sus caracteres simbólicos que conciben negaciones, donde se encuentran insertos nacionalismo y cosmopolitismo, campo y ciudad, tradición y modernidad, nostalgia romántica y proyecto positivista, en definitiva: modernidad y/o no modernidad.
Estos conceptos de hibrides lo vemos también en México. Desde el punto de vista económico y político, este país ha pasado por un proceso de descentralización, circunscribiendo la ascendencia de la capital debido a la mayor dinámica de las regiones fronterizas. Desde la revolución mexicana se había arraigado un pensamiento de integración entrelazada de fisonomías ficticias, históricas y étnicas. El remedo primero de la manera europea y al punto de la norteamericana definió la ruta que tomó el país para lograr participar en el mundo moderno.
Públicamente el discurso hablaba de un núcleo de identidad efectiva y desarrollaba la conciencia nacional a través de una política cultural sistemática. El problema del indígena se le considera solucionado por medio de la usurpación de su pasado, sin embargo, no se logra una vía hacia la autenticidad la cual fracasa ante las estructuras políticas.
En 1968, una violenta contención de revueltas de estudiantes coloca una nube sobre la pretendida modernidad de ese país, una modernidad desconcertante, ésta movilización estudiantil y su represión le arrebató la aparente ingenuidad al proyecto nacional de unificación cultural que había sido delimitado como prioridad nacional. La insurrección del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el sur del país con la exigencia de más justicia y democracia ensombreció el comienzo del Tratado Económico de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), e hizo evidentes las incongruencias existentes.
Aquí otra vez se me hace necesario recordar lo manifestado por Néstor García, de que las sociedades latinoamericanas se caracterizan por un modernismo exuberante pero al mismo tiempo, por una modernización incompleta.
Otro ejemplo lo podemos encontrar en El Salvador. En este país a mediados del siglo XIX, gran parte de la población era dueña de la tierra, ya sea en forma individual o colectiva, existían algunas grandes haciendas pero sin monopolios, economía rural, los indígenas eran una cuarta parte de la población y trabajaban tierras comunales o en sus propias parcelas. La economía mayoritariamente de subsistencia, abastecía de forma bastante holgada los mercados mundiales, aprovechando de explotar el índigo que crecía sin mayor dificultad prácticamente por todo el país. Tales características se conservaron por un buen tiempo, sin embargo, hacia el año 1850 iban a esfumarse. El Salvador estaba en el principio de un cambio que se iba a producir vertiginosa y trágicamente.
“El Salvador, una de las nuevas naciones que fuera una vez abandonada por el imperio español, nos entrega un sorprendente ejemplo de rápido y profundo cambio. Además su experiencia de progreso y modernización acompañada del creciente empobrecimiento de la mayoría de los habitantes nos ilustra como una nación latinoamericana se pudo modernizar sin llegar a desarrollarse”. (Burns Bradford, “La Modernización del Subdesarrollo”)
Que ocurrió, las bases económicas del pasado colonial se mantuvieron durante la primera mitad del siglo XIX. El índigo demandaba fuerza laboral permanente y estacional. Con posterioridad a 1858, nuevos modelos socioeconómicos entraron en vigencia. La élite encontró un nuevo cultivo, el café, que se podía vender lucrativamente. Desde el gobierno se estimuló su producción, de partida, el cuidado, fertilización y conservación de la tierra era diferente, el índigo crecía sin necesidad de un gran cuidado.
Los sucesivos gobiernos estimularon la concentración de la tierra y se produjo un veloz cambio, en 1879, solo una cuarta parte de las tierras eran parte de las aldeas, la mayoría de las fincas cafetaleras continúan despojando de sus tierras a los pequeños campesinos. Un gobierno al servicio de los hacendados favoreció la modernización de la infraestructura (sobre todo al servicio de la industria cafetalera), capitales ingleses, permiten un embrionario sistema de ferrocarril, hacia 1910, las principales calles de San Salvador fueron pavimentadas y la electricidad iluminaba la ciudad, el pináculo de la bonanza alcanzó su apogeo hacia 1930.
Sin embargo la élite y el gobierno eran absolutamente dependientes de los ingresos de la producción y rentabilidad del café, con los riesgos que obviamente involucra ser monoproductor. En efecto El Salvador poseía muchas ventajas para este cultivo, pero no era el único país en la región que lo producía. El precio cayó bruscamente (1928 $ 15,75 – 1932 $ 5,97). Se vino la crisis económica y una brutal cesantía, los problemas revelaron una economía modernizada pero subdesarrollada, economía que sirvió a los extranjeros pero no a las necesidades de su pueblo.
Resulta procedente quizás, recurrir aquí a las palabras de Eduardo Galeano (Las Venas Abiertas de América Latina, 1993) que a pesar del tiempo aportan al debate “el sistema es muy racional desde el punto de vista de sus dueños extranjeros y de nuestra burguesía de comisionistas, que ha vendido el alma al Diablo a un precio que hubiera avergonzado a Fausto. Pero el sistema es tan irracional para todos los demás que cuanto más se desarrolla más agudiza sus desequilibrios y sus tensiones, sus contradicciones ardientes”.
Si el modernismo no es el enunciado de la modernización socio económica, sino de la forma en que las clases dominantes se hacen la obligación de la encrucijada de disímiles temporalidades históricas y pretenden construir con ellas un proyecto global, ¿cuáles son esas temporalidades en América Latina? Y qué contradicciones genera esa intersección.
Establecidos en naciones al compás de su metamorfosis en “países modernos”, no es raro que una de las dimensiones más contradictorias de la modernidad latinoamericana se ubique en torno a lo internacional y sus desacoples con lo nacional.
La cuestión en definitiva no se encuentra en que en Latinoamérica se haya cumplido mal y tardíamente un modelo de modernización y que en Europa se habría realizado de manera impecable, ni tampoco significa buscar un paradigma alternativo. Quizás la incomodidad con la modernidad se trata de las “optimizadas imágenes” que de ella nos hicimos los latinoamericanos, viendo en este modelo europeo una ordenación con un profundo nivel de pureza y homogeneización, sin embargo, para una gran cantidad de historiadores europeos la modernidad no caminó nunca en Europa como un proceso indisoluble, integrado y coherente, sino híbrido y disparejo, ubicado en el espacio entendido entre un pasado clásico (todavía presente), un presente técnico (ambiguo) y un futuro político aun impensado.
Lo anterior nos hace reflexionar acerca de la tortuosa modernidad latinoamericana, considerando los modernismos como tentativas de inmiscuirse en el cruce de un orden dominante semi oligárquico, una economía capitalista semi industrializada y movimientos sociales transformadores.
La modernidad en Latinoamérica se llevó a cabo en oleadas modernizadoras insertas en crisis agudizadas, incoherencia exasperante entre discurso y realidad, caracterizada como un proceso de occidentalización, lo que generó cambios sociales y por sobre todo exigencias culturales originando efectos desastrosos y demoledores en los modos tradicionales, como se evidenció en los tres ejemplos , señalados en líneas anteriores (Chile, México y El Salvador), favoreciendo un sistema valórico adaptado a las ideas de trabajo y éxito.
Cuando los latinoamericanos definimos una modernidad por su grado de racionalización, dejamos de lado los actores sociales que forman parte de este proceso, equivocando el camino. Aquí se viene a la mente lo planteado por Touraine, quien afirma que “actualmente, la imagen más visible de la modernidad es una imagen de vacío, de un poder sin centro, de una economía fluida, una sociedad de intercambios mucho más que de producción. En suma, la imagen de la sociedad moderna es la de una sociedad sin actores”.
La verdadera modernidad no está en relación con la posesión de bienes materiales y tecnológicos, es decir, ella no se da en términos materiales, sino en la determinación humana, en el terreno de la espiritualidad, la verdadera modernidad debe darse en el interior del hombre y no en las “cosas” que posea o pueda llegar a poseer.
Según Moreiras, es función de la crítica cultural latinoamericana contribuir a que América Latina se desplace hacia la modernidad. Modernidad e Identidad, son dos proyectos complementarios a la reflexión crítica, el “regionalismo crítico”, se conformaría en el espacio de resistencia a las formas pos contemporáneas del progreso modernizante, hegemonía corporativa y la estandarización de los productos de consumo y los estilos de vida.

Es la consideración fundamental de lo humano lo que nos lleva a un replanteamiento del tiempo en que existimos y de lo que debemos y tenemos que “ser”, es por ello, que no se puede imaginar modernidad sin racionalización, pero menos todavía sin la formación de un sujeto que se sienta responsable de si mismo, de esa sociedad de la que es parte, debemos aspirar a una sociedad moderna, constructiva, que convierte lo antiguo en moderno sin destruirlo, con “actores” y sin olvidar la creatividad humana.