viernes, 30 de noviembre de 2007

IDENTIDAD & MODERNIDAD





“Hoy una parte del mundo se repliega en la defensa y en la búsqueda de su identidad nacional, colectiva o personal, en tanto que otra parte, por el contrario, solo cree en el cambio permanente y ve el mundo como un supermercado en el que aparecen sin cesar nuevos productos. Para otros el mundo es una empresa, una sociedad de producción, mientras que otros, finalmente son atraídos por lo no social, ya se le llame el ser o el sexo”


El objetivo del presente documento es analizar y describir la relación entre la modernidad e identidad. Ante ello señalar que una de las características del proceso de la modernidad, es que es un proyecto universalizante y homogeneizante, que intenta producir y reproducir una generalidad en torno a los modelos imperantes, en palabras de Marshall Berman, la modernidad une a toda la humanidad. No obstante, esta unión es paradójica, es una unión de la desunión, nos arroja a un remolino de desintegración y renovación perpetuas, de conflicto y contradicción, de ambigüedad y angustia, ser modernos, es ser parte de un universo, en el que como planteaba Marx, <>.

La dimensión transnacional de la transformación cultural (inmigración, desplazamiento, etc) convierte el proceso de la traducción cultural en una forma compleja de significación, sin embargo, no es posible, que alguien no tenga identidad. Nosotros como latinoamericanos, tenemos una identidad, pero la identidad no es per se, sino que ella es cambiante, está en permanente construcción . La identidad es un tema que permanentemente está construyéndose, está expresada en un contexto histórico, por lo tanto, no es estática, es decir, va cambiando y no solo se manifiestan las formas pasadas de reconocerse, sino que también, es un proyecto de futuro.

“Tanto la modernidad como la identidad en América Latina, son procesos que se van construyendo históricamente y que no implican necesariamente una disyuntiva radical, aunque pueden existir tensiones entre ellas”


Para Santiago Castro la modernidad tuvo siempre una tendencia hacia la mundialización de la acción humana a la vez que Rossana Requillo, plantea que si algún merito ha tenido la globalización, es precisamente el de haber vuelto visible la diferencia, ya que la modernidad sería el agente culpable de haber enmascarado los rasgos de una identidad propiamente latinoamericana. Lo que el <> intenta resistir son las <> del progreso modernizante, modernización global, hegemonía transnacional y la estandarización universal de los estilos de vida.

La globalización no es solamente económica, sino que también es cultural, comunicacional y en alguna medida política y medioambiental, este sistema globalizador, tiene otro rasgo predominante, el de la integración. La globalización está unida no solo a una homogeneización, sino que de igual modo a una fragmentación de los espacios sociales existentes. La ilusión de pertenecer a dos países, el natal y el del deseado estilo de vida, determina las nuevas costumbres y hábitos de la población, un claro signo de la forzosa des-nacionalización de los ámbitos culturales.

Asistimos a un momento sintomático para pensar las razones de las crisis y para pensar una solución. Es importante, entonces presentar los supuestos filosóficos de la actualidad y vincularlos con otras transformaciones culturales, al menos cercanas temporalmente, para poder comprender si el concepto de identidad cultural tiene vigencia o si definitivamente, se ha tornado también el, prescindible.

Modernidad e Identidad han dejado de ser objetos eficientes, no se debe insistir en lo que no puede llegar a ser, en lo impresentable, la presencia se desvanece (todo lo sólido…)

Esta caracterización muestra una clara oposición al proyecto moderno de cultura y con él, un cuestionamiento a la noción de identidad cultural. Lo cierto es que esto resulta de múltiples transformaciones culturales vividas por occidente, desde la mitad del siglo XX.

De esto se deriva la necesidad para muchas naciones de redefinir su identidad y ante todo, en lo posible llenar con nuevos contenidos aquellas instituciones y tradiciones huecas por dentro, que eran constitutivas de esa identidad. El discurso identitario oficial, expresa la concepción de país, de mundo, de la clase dominante que busca legitimarse en el poder, estableciendo vínculos desde lo histórico con un pasado que justifique su presencia como eje hegemónico en una sociedad, desde el poder emanaran formas de ver y vernos como nación. La hegemonía exige iteración y alteridad para ser efectiva, para ser productivo de poblaciones politizadas: el bloque simbólico social necesita representarse en una voluntad colectiva solidaria, una imagen moderna del futuro, para que esas poblaciones produzcan un gobierno progresista.


“sin el concurso de las ciencias sociales, el Estado Moderno no se hallaría en la capacidad de ejercer control sobre la vida de las personas, definir metas colectivas a largo y corto plazo, ni de construir y asignar a los ciudadanos una identidad cultural”

La modernidad es el área fronteriza en la que se conectan áreas culturales, pensamientos, proyectos y agendas muy diversos, en este sentido una zona de intercambio, empréstitos y negociaciones en la que América Latina, debió volver a definir su lenguaje, sus símbolos y su destino histórico, de cara, tanto a sus pulsiones y urgencias interiores como a los desafíos de la transnacionalización y de la integración occidentalista.

Al decir de Jorge Larraín, la polaridad entre modernidad e identidad, por lo tanto, ha continuado en el imaginario social, mientras en la práctica nuestra identidad y modernidad continúan construyéndose estrechamente ligadas. La modernidad no es solamente un espacio o un estado al que se puede entrar cuando se desee, ni salir cuando sea necesario, sino más bien una condición que abarca todo y que por eso se somete a una constante búsqueda definitoria, los límites considerados hasta ahora como obvios se desvanecen, se definen y revisen nuevas delimitaciones.

Si la modernidad en América Latina ha fracasado, ¿porqué anhelamos tanto entrar a un área que nos ha expulsado?, la crisis de la modernidad trajo consigo a su vez, la crisis de sentido del hombre moderno, el movimiento moderno ha estado caracterizado por los conflictos de identidad, hoy día, no somos una identidad, somos múltiples, a la vez que la aparición de identidades hibridas y nuevas identidades, destaca con ello, la crisis de las identidades tradicionales.

La elaboración de sentido se diversifica al compás del procesamiento del consumidor y al tránsito de las formas y por otro lado se homogeniza en la medida que lo utilitario irrumpe en el mundo sensible. El mismo sentido de la emancipación se sustrae de los grandes proyectos colectivos y se reparte en miles de identidades grupales, esquirlas de utopía que ya no difieren a la eternidad del futuro, sino que se intensifican en la complicidad del instante. Las hibridaciones nos hacen concluir que hoy todas las culturas son de frontera. Las culturas pierden relación exclusiva con su territorio, pero ganan en comunicación y conocimiento.

En el contexto latinoamericano el debate ha estado cruzado por el debate de la identidad y la diferencia, la dicotomía entre lo original y la copia, el pensamiento latinoamericano nace con la marca de la hibrides, es una modernidad anómala ya que no tiene una historia como la europea.

Lo hibrido designa una luminosidad, una materia cuya existencia exhibe la afirmación dual de una sustancia y su falta de identidad. Lo hibrido siempre ha existido y va a existir en las sociedades en general. Habría que preguntarse, si toda la cultura, no es acaso, simplemente una mixtura hibrida y con ello, señalar que no hay culturas que no sean hibridas y que son propias de cualquier proceso cultural y en cualquier tiempo histórico.


“Es un mundo extraño, más poroso y más refractario, con mucho flujo y poco stock. Los huesos de Nietzsche y de Marx resuenan junto en este nuevo baile de final abierto”

Los estudios sobre narrativas identitarias hechos desde orientaciones teóricas, que tomen en consideración los procesos de hibridación, exponen que no es posible hablar de las identidades como solo si se tratara de un conjunto de rasgos fijos, ni afirmarlos como atributo de una etnia o nación.

Cuando por fin la modernidad política y económica empezó a introducirse en la práctica durante el siglo XX, surgen sin embargo las dudas culturales acerca de si realmente podíamos modernizarnos apropiadamente o de si era atinado que lo concibiéramos siguiendo los estándares europeos y norteamericanos.

Las sociedades latinoamericanas se caracterizan por un modernismo exuberante, pero al mismo tiempo, por una modernización incompleta. Los límites tradicionales entre lo culto, lo popular y lo masivo se borran cada vez más. Surgen formaciones hibridas entre todas las capas sociales, en todos los lugares, el hombre nace, trabaja, rie y muere de la misma forma, esta postura universalista constituye una unidad mítica que es explorada por la publicidad y por las firmas transnacionales.

A lo que ahora asistimos es a la conformación y reforzamiento de poderosos conglomerados multimediales que manejan a su antojo y conveniencia, en unos casos la defensa interesada del proteccionismo, sobre la producción cultural nacional y en otros, la apología de los flujos transnacionales.

Es en la ciudad y en las culturas urbanas, mucho más que en el Estado nacional, donde se cimientan las nuevas identidades, hechas de imaginarias nacionales, tradiciones locales y flujos de información transnacionales y donde se configuran nuevos modos de representación y participación política, es decir, nuevas modalidades de ciudadanía.

De acuerdo con Néstor García Canclini, asistimos a una nueva escena sociocultural en que la vida cotidiana ha sido modificada desde sus cimientos al existir un redimensionamiento de las instituciones y los circuitos de ejercicio de lo público.

Se trata de reconfigurar la realidad. De hecho, hoy se oyen voces que claman seguridad, respeto, orden, que quieren ser tolerantes sin verse maltratadas. Estos son vestigios inconfundibles de una identidad que no quiere ser asfixiada y que quiere recuperar la desagradable idea de que el <> sea el enemigo.

Es la existencia del otro lo que me permite definirme, la alteridad, lo alterno, es lo que me hace otro. Si la ideología deforma y la utopía está en retirada, se trata de alcanzar la convicción desde uno mismo, de que las soluciones de los problemas son posibles, sin soluciones irracionales o teñidas de odio, sino respetuosas de la vida por sobre todas las cosas, ya que no hay identidad, donde no hay vida.

Finalmente plantear, que la identidad esta hecha de fragmentos, los que van conformando nuestra identidad general, “muchas veces tendemos a imaginar las sociedades modernas como un organismo anómico. La fragmentación sería su característica principal. En la multitud solitaria, el hombre caminaría sin sentido en las redes de su irracionalidad. No obstante, basta que miremos hacia los <> para que percibamos como en esos espacios serializados, el orden se instala en plenitud” .

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